martes, 26 de noviembre de 2013

NO ENGANCHES CHICLES POR AHÍ
Durante miles de años los humanos hemos tenido esa imperiosa necesidad de llevarnos algo a la boca. Antiguamente se mascaban y chupaban plantas, hojas, frutas, huesos, raíces, y a saber cuántos materiales más, con el fin de tranquilizarse, de distraerse, de cambiarse el sabor de la boca, limpiarse los dientes, disfrutar el sabor o cualquier otro efecto que consciente o inconscientemente buscamos cuando nos metemos algo a la boca para mantenerlo ahí durante un buen rato.


Cada español masca un centenar de chicles al año. Esto es una proporción desmesurada respecto a China, por ejemplo, donde solo se consumen entre 20 o 30. El acto de comer chicle, parece simple e inocente pero se está convirtiendo en un serio problema de limpieza, ya que la mayoría de veces, esa pequeña masa pegajosa acaba estampada en el suelo tras ser escupida por su incívico propietario. Como dicen las estadísticas, por cada habitante hay 6 ratas, pues debéis saber que por cada metro cuadrado en las aceras de las grandes vías de grandes ciudades hay 6 chicles espachurrados.
Para despegar estos chicles se necesitan operarios que utilizan agua caliente a presión a una temperatura superior a los 90 grados.

Recientemente Minoru Onozuka y su equipo, de la Universidad de Gifu, en Japón (lección 1: un japo y google son las mejores fuentes de información) encontraron que al masticar chicle aumenta la actividad cerebral, específicamente del hipocampo, región del cerebro relacionada con la memoria y el aprendizaje. Pues nosotras aún nos preguntamos si a los graciosos que los enganchan por ahí les aumenta o realmente les disminuye la actividad cerebral.

Tras sufrir numerosas veces “enganchinas” de chicles asquerosos en nuestros zapatos, pantalones porque estaban enganchados en sillas, o en la propia mano tras tocar una mesa por debajo… nuestro NO de hoy va claramente dirigido a la gente guarra, cerda, cochina, marrana, puerca (cuando se trata de palabras mal sonantes, tenemos sinónimos para dar y vender) que pegan los chicles en cualquier sitio. No os acordáis del típico comentario que os decía la profesora: ¿Tú en tu casa pintas la mesa? ¿Pues por qué lo haces en clase? Aplicaos el cuento, y si no tiráis o engancháis chicles por vuestra casa, no seáis marranos y tiradlos a la papelera. Nuestras suelas de los zapatos os lo agradecerán.

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